Había una vez un centauro, que, como todos los centauros, era mitad hombre y mitad caballo.
Una tarde, mientras paseaba por el prado sintió hambre.
—¿Qué comeré? –pensó— ¿Una hamburguesa o un fardo de alfalfa, un fardo de alfalfa o una hamburguesa?
…Y como no pudo decidirse, se quedó sin comer.
—¿Dónde dormiré? –pensó— ¿En el establo o en un hotel, en un hotel o en el establo?
…Y como no pudo decidirse, se quedó sin dormir.
Claro, sin comer y sin dormir el centauro se enfermó.
—¿A quién llamar? –pensó— ¿A un médico o a un veterinario, a un veterinario o a un médico?
…Enfermo y sin poder decidir a quién llamar, el centauro se murió.
La gente del pueblo se acercó al cadáver y sintió pena.
—Hay que enterrarlo –dijeron— ¿Pero dónde? ¿En el cementerio del pueblo o a campo traviesa, a campo traviesa o en el cementerio del pueblo?
…Y como no pudieron decidirse, llamaron a la autora del libro que, ya que no podía decidir por ellos, revivió al centauro.
Vale, no nos vamos a poner tremendistas y no vamos a quedarnos sin comer por no tomar una decisión, pero me ha parecido una buena forma para reflexionar sobre la parálisis que provoca a veces la toma de decisiones.
¡Cuántas veces hemos visto acciones fundamentales para una compañía, que se han dejado de aplicar o se han aplicado demasiado tarde por una demora en la decisión! ¡Cuántos trenes hemos dejado pasar en nuestra vida por quedarnos bloqueados ante un dilema!
Jorge Valdano decía “el que duda, pierde” Si no decides, la vida (o alguien más) lo hará por ti, y no siempre te va a gustar el resultado. No debemos dejarnos llevar a remolque por el mundo que nos rodea, no debemos dejar que las circunstancias decidan por nosotros. Es muy complicado que todo salga siempre bien si lo “dejamos estar” por no tomar una decisión. A veces sale “cara” pero ¿cuántas más sale “cruz”?
Si quieres conseguir algo, si tienes un objetivo, cualquier aspiración (aunque sea quedarte tal y como estás) cuando llegues a una encrucijada, toma una decisión. Es la única manera de hacer que las cosas vayan por donde tú quieres.
Mucha gente piensa: ¿y si la decisión es errónea?
La peor decisión de todas es no tomar ninguna. Para evitar las consecuencias de una mala decisión están los seguimientos de los planes de acción, el análisis de esas consecuencias, los objetivos parciales… (por supuesto estoy contando con que la decisión ha sido meditada y no se ha tomado lanzando una moneda al aire). Con esas herramientas y algunas más, podemos comprobar la calidad de la decisión y tomar una u otra, ver cómo se desarrollan las cosas y hacer los ajustes que necesitemos según los resultados de la misma.
Pero es que, además, tenemos que tener claro que NINGUNA DECISIÓN ES CORRECTA AL 100%. Lo más que puedes hacer es verlo en términos porcentajes, de mayor o menor probabilidad, de mejor o peor, pero nunca será una decisión perfecta. Cuando elegimos siempre hay algo que se queda fuera.
Por otro lado, no te olvides de una cosa: “agua pasada no mueve molinos”. Si has tomado una decisión y has actuado en consecuencia, ya está hecho. Pensar continuamente si podías haber tomado otra, no sirve de nada.
Analiza, ajusta, aprende, pero no te mortifiques. Hay que decidir, a veces acertamos y a veces no, es una realidad. Tratemos de hacerlo de la mejor manera posible y usémoslo para avanzar.
La vida es una elección continua. Que no te pase como al centauro, decídete.